miércoles, 24 de junio de 2009

Cuento para niños: Abelardo y la magia

Hace tiempo escribí unos cuentos para niños y no tan niños destinados a explicar las flores de bach de manera amena y diferente. A ver si se me da bien:

Abelardo era un mago diferente de los otros magos. Sí, diferente ya que no le gustaba la magia.
¿ Muy raro verdad?
Desde pequeño lo había sido, raro, muy raro. Cuando su mamá se ausentaba para ir a trabajar en la huerta, Abelardo a veces tenía hambre y se dió rapidamente cuenta de que si se frotaba la nariz de arriba abajo diez veces seguidas y mirando al mismo tiempo el techo aparecía enseguida un vaso de leche con magdalena. ¡Esta magia sí que le gustaba!
Pero Abelardo había crecido. Sus proecias llamaron mucho la atención de su maestro: su capacidad de sacar punta a sus lápices sin necesidad de mover un dedo, su aptitud para dibujar con 5 lápices al mismo tiempo, la pulcritud de sus escritos ( para un niño de 5 años era muy costoso escribir con pluma sin rellenar la hoja de manchas de tinta), sin hablar de sus notas más que excelentes. Esto no lo podía entender el profe: que un niño hiciese correctamente operaciones sencillas de matemáticas era lo que se podía esperar de un niño de su edad pero ¿cómo explicar las fórmulas de trigonometría que adornaban sus exámenes?
El maestro empezó a observar atentamente a Abelardo y se dio cuenta de que este niño no tenía nada que hacer en este colegio. Tenía que irse a un colegio de Brujería.
Y ahí empezó el calvario de Abelardo: en el colegio de Brujería. Hasta ahora a Abelardo le había encantado la magia pero ya los tiempos de estar rodeados de amigos fieles impresionados por los bocadillos de nocilla que aparecían en el recreo, en una época en la cual la Nocilla ¡ ni existía!, aquellos tiempos se habían acabado. Todos sus nuevos compañeros eran capaces de hacer lo mismo que él hacía y ya no se sentía nada especial.
Fueron años duros en los cuales luchó para destacar, para conseguir un hechizo diferente, nunca visto que le permitiera recibir la admiración de sus compañeros y profesores. Pero no lo consiguió. Abelardo se desanimó y quisó dejar la magia ya que no le traía más que disgustos.

Hasta que un día, listo para tirar la toalla Abelardo se acercó a un riachuelo y se apoyó en el tronco de un árbol.
Miró el agua y se mojó los labios con ella.
Tenía ganas de llorar ya que no había conseguido transformar un trocito de acebo en una esculptura grandiosa.
Se tumbó al lado del árbol y lloró. Lloró como nunca había llorado. Sentía como toda la amargura y la tristeza de su corazón salían a borbotones de sus ojos. Cuando por fín se tranquilizó se dio cuenta que su mirada estaba más limpia. Ya no tenía rencor, ya no tenía rabia ni tampoco decepción. Sintió que había conectado con algo muy grande, con algo precioso que le daría todas las alegrías por venir: había conectado consigo mismo, con su humildad, con su ser tal como era y no tal como quisiera que fuera y se sintió bien.
Miró al árbol y sintió una dulzura enorme emanar de él: todos esos años había buscado reconocimiento de los demás y sencillamente, junto a ese arbol se había dado cuenta de que el único reconocimiento valioso era el propio.
Abelardo se levantó, se arregló su ropa y volvió a sus estudios.
A partir de ese día Abelardo se convirtió en un mago excepcional: un mago que se conocía a si mismo, que entendía sus límites y que buscaba ante todo estar en armonía consigo mismo y con la naturaleza para poder ofrecer a los demás lo mejor de sí. No fue quizás el Mejor Mago de Todos los Tiempos pero fue feliz.


Las flores de Bach- Gotas de Flores nos hablan de emociones. Abelardo también.
Agua de Roca- Rock Water permite dejar de ser exigente con uno mismo y querer ser un ejemplo para los demás . Ayuda a la persona a aceptar sus propios límites y a disfrutar de lo que nos rodea.
El árbol que ayudó a Abelardo era un Alerce- Larch. Su esencia nos permite seguir adelante sin desanimarnos y dejar de compararnos con los demás.
Y el Acebo- Holly le ayudó a desarrollar amor donde él sentía odio y enfado.

A ver si encontramos todos nuestro Abelardo interno. Cuidémoslo, mimémoslo y entendémoslo para poder desarrollar nuestra misión en esta vida.
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